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RECUERDOS NO TAN LEJANOS


     No era tan joven cuando, por un problema circunstancial, debí recurrir a un masajista durante una corta estadía en Mendoza. No conociendo a nadie para solucionar un dolor en una pierna, producto de una torcedura, busqué en un diario local y encontré el aviso de este profesional, al que llame de inmediato y acordé una cita para la tarde.

     Al llegar al consultorio, la persona, de edad mediana y algo gordito, me recibió, y lo primero que me dijo y que me llamó la atención fue: “¡Hola, ¿qué tal?... Andá sacándote la ropita!”.

     Yo había tenido escarceos con otros chicos, siendo  adolescente, pero no estaba pasando por un momento de necesidad a nivel sexual ni nada de eso; por mi cabeza no pasaba ningún pensamiento libidinoso.

     El comenzó su tarea acostándome sobre una camilla de su consultorio y me puso una lámpara para dar calor a la zona afectada. Comenzó a poner crema para iniciar un lento masaje por todo el cuerpo, desde la cabeza y los hombros; estando acostado de espaldas, sentí como lentamente me  relajaba, hasta quedarme casi dormido mientras lo hacía.

     Habiéndome quedado sólo con el calzoncillo, al llegar a la zona de la cintura y seguir por los glúteos, él no me lo hizo sacar ni nada de eso, sino que en forma lenta pero firme fue estirándolo hacia arriba y a los costados. Cada vez más me lo dejaba dentro de la zanja, a modo de una tanguita.

     Debo confesar que el placer que empecé a sentir,  sumado al efecto del masaje cuando él llegaba a esa zona y, lentamente, sus dedos se apoderaban de  los glúteos, era indescriptible.  Empecé a sentir el deseo de que me tocara el agujerito, pero no quería aflojar, y mucho menos que sospechara de mi deseo.

     A todo esto, lentamente fue acercando el masaje a mi zona más sensible. Cada minutos que pasaba era más difícil contener el deseo de levantar la colita para facilitarle el trabajo, por lo que hacía movimientos nerviosos para disimular, Tras un rato  de exasperante lucha interna por controlarme, llegó el momento de la rendición total y me dije para mi: “¡qué ganas de que me meta aunque sea un dedo!”. Y también de chuparme una pija. Me imaginaba, sin ver, cómo me quedaría la tanga que él había creado para mí, y mi cabeza
volaba de calentura.

     En un momento, me dijo ya con el dedo directamente masajeando el ano, “¡Quédate quieta porque si no te voy a tener que pasar la lengua!”. El tratamiento que me dio al decirme quédate quieta, me estremeció las fibras más íntimas y me escuché decir, sorprendido, “¡Haceme lo que quieras!”. Por lo que él, ni lento ni perezoso,  me levantó la cola, que sostuve sólo con las rodillas, pero con la cabeza sobre la almohada y gimiendo.

     Separando el calzoncillo que hacía de tanga para un costado me practicó una lamida de culo que jamás olvidaré. Su lengua se metió en los lugares mas recónditos de mi ser mientras yo me agarraba los glúteos con ambas manos, desesperadamente, para facilitarle el trabajo. Completamente enloquecida, le rogué que me metiera aunque sea un dedo, lo que hizo con tanta facilidad que me sorprendió.

     No conforme con eso, me estremeció, colocándome tres y moviéndolos circularmente mientras me daba unos besos de lengua mortales, con lo que terminé acabando como una yegua. Después de semejante "sesión" de masajes me dijo “te espero en tres días”, y acordamos una cita a la que debía concurrir ya no con calzoncillos sino con una diminuta bombachita, so pena de no poder continuar el necesario tratamiento, a lo que accedí con mucho gusto.

     A los tres días estaba allí con mi bombachita blanca puesta y apenas escuche
la frase “sácate la ropita” procedí a hacerlo, quedándome sólo con la misma. Mientras tanto, él iba a la trastienda diciéndome que ya venía. Al regresar, yo estaba boca abajo sólo con la bombacha que me quedaba divina. Al verme, me dijo “¡estás muy bonita y te queda hermosa!”, y me sorprendió pidiéndome que me pusiera de pie. Al hacerlo puso sobre la camilla unas medias, tipo bucaneras, de color blanco, unos portaligas y un corsé del mismo color. Procedió él mismo a colocarme lentamente las medias y el portaligas,
diciéndome “a partir de ahora vas a ser mi nueva novia y te vas a convertir
en mi nenita cada vez que vengas”
.

     Por entonces, yo estaba sorprendida de la pasividad con que aceptaba sus propuestas, y lo hacia profundamente convencida de querer ser una putita liberada de todo prejuicio. Luego de ponerme el corsé, me trajo unas sandalias de taco alto, aproximadamente de 6 ó 7 centímetros de plataforma, y me colocó luego un vestidito de tela negra, con volados y breteles muy finos.

     Se imaginarán la cara de sorpresa que puse al hacerme completar mi atuendo con una peluca de pelo lacio, largo y oscuro. Así vestida me llevó frente a un gran espejo que había por allí y, al verme hecha una perra de tal calibre, sólo atiné a arrodillarme frente a él y practicarle una larga mamada. Debo confesar que la disfruté como la más puta;  me pasaba su verga por la cara,  le daba besitos en la punta... en fin, estaba enloquecida de la calentura.

     Todo siguió, luego, cuando me introdujo un extraño elemento por detrás, que yo no pude ver bien por mi posición, pero que me llevó al éxtasis más profundo. A pesar de habernos encontrado para repetir estas sesiones en varias ocasiones y de sus promesas de enseñarme a cabalgar sobre su verga,  siempre me quedó la frustración de no haber sentido su verga dentro mío. Nunca concretamos esa parte, a pesar de mis deseos.

     Al regresar a mi vida normal en Buenos Aires nunca volví a experimentar la sensación de ser convertida en mujercita para un hombre y, cada tanto, agarro algún vestido de mi mujer y estando solo disfruto al ponérmelo, aunque extraño el poder hacerlo con alguien que, como él, me haga volar de calentura. Me encantaría conocer alguna persona que me haga vivir las mismas sensaciones, que me pueda proporcionar algún lugar donde, secretamente, me convierta en su nena y me trate como una putita, regalándome lencerías, vestiditos, tacones y alguna peluca. En fin, que me haga sentir hermosa para satisfacerlo plenamente. Ya tengo 40 años y no quiero perder más tiempo para dejar aflorar lo que hay dentro mío. Siento que es lo más hermoso que tengo para dar.

     Si quieres ser el primero en desflorarme y tienes ganas de tener una noviecita en celo, sólo para vos, mientras me enseñas todo lo que hay que aprender, te pido me escribas a milo1184@hotmail.com
     Te deseo mayor, con algo de experiencia. Te espero pronto. Por último, me encantaría que me envíes tus comentarios sobre este relato o que nos permitas compartir  uno tuyo.

 

LA PRIMERA VEZ QUE LA CHUPE


     Estaba solo en Buenos Aires y me encontraba muy caliente. Siempre fui heterosexual pero un día, por error, tuve mi primera experiencia con una travesti. Aquel día fui a un prostíbulo. Toque el timbre y me atendió una rubia con una cola increíble y grandes tetas.

     Cuando subí se dio cuenta de mi confusión y me aclaró que ella no era una chica y que su amiga que aparecía por la puerta de una habitación, tampoco. Pero las vi y con la calentura que traía me daba lo mismo ya que sólo quería que me la chupen y cogerlas por el culo.

     Entonces elegí a la que me había abierto la puerta y entramos a la pieza. Me empezó a chupar la pija despacio. Bajaba y subía, y yo estaba cada vez más caliente y duro. Me la chupó tan bien que casi acabo.

     Le pedí que se ponga en cuatro y ella se untó el culo y, con la mano y de espaldas, me acercó la pija a la puerta de su ano. Después se fue echando para atrás, de a poco, hasta metérsela entera. Ahí comencé a bombear en ese estrecho ano que se iba dilatando de a poco. Acabé y caí encima de ella.

      Salí del lugar pensando qué había hecho. Estaba confundido, pero con el
tiempo se me fue pasando.

     Tras ese encuentro fui a buscar otros travestis, con los que solamente me hacía chupar la pija y me las cogía. Pero con el tiempo me fui animando a más. Primero les di besos y después los pajeaba. Pero lo que quiero contarles ocurrió una noche en que estaba solo y muy caliente, con algo de plata en el bolsillo.

     Iba seguro de que quería acostarme con una traviesa, hasta ese momento sólo
me la chupaban, pajeaba y se las metía. Eran las tres de la mañana de un día cualquiera. Estaba muy caliente. Busqué en el diario un aviso que me gustara y elejí el que más me llamó la atención. Llamé desde un teléfono público, me quedaba a tres cuadras de donde estaba.

     Fui hacia esa casa. Llegué y me encontré con una travesti rubia, alta con buenas tetas y muy linda de cara. Ella estaba vestida con una tanga y un corpiño. Acordamos el precio y me hizo pasar a una habitación -su departamento estaba muy bien puesto-. Me saqué la ropa, menos los boxer. Ella entró y me acostó en la cama. Me empezó a chupar los huevos por arriba del boxer y mi pija se puso a mil. Nunca la había visto de ese tamaño. Mientras tanto, yo le sacaba el corpiño y le masajeaba la poronga por arriba de la bombacha.

     Ella, con los dientes, me fue bajando los calzoncillos y yo, con las manos, su bombacha. Empezó a chuparme la pija de manera bestial, bajaba y subía por mi falo de una forma que me hubiera hecho acabar enseguida. Le pedí que parara y que me acercara su pija a mi mano, que la quería pajear. Ella me empezó a chupar la pija más despacio y yo le hacía una paja con su pene cada vez más cerca de mi cara.

     Llegó un momento en que estábamos en posición de 69, pero su pija no llegaba a tocar mis labios. Aparté mi cara un poco y la mire a los ojos. Ella me preguntó si quería chapársela. Yo le contesté que no. Siguió chupándomela un poco más y, en un momento, no se por qué metí su pija en mi boca y se la empecé a chupar despacio.

     Subía y bajaba por su palo como si lo supiera hacer. Ella comenzó a gemir mientras me agarraba la cabeza. Me paré. La llevé al comedor, la senté en los sillones y me arrodillé ante tamaño mástil, que debía medir unos 23 centímetros. Chupaba como si estuviera dominado por ese falo.

     Ella me llevó hasta la habitación de nuevo e hicimos un eterno 69. Después me preguntó si quería que me la meta y le dije que no, que yo quería disfrutar de su culo. Me puso un forro y se untó su cola con crema. Se puso en cuatro patas y se la metí despacio. Empecé a moverme con un ritmo que iba creciendo con cada meta y saca.

     Después le pedí que se diera vuelta y que me apoyara su pija en mi ano. Lo hizo. Me puse boca abajo y ella empezó a pasarme su verga por la raya del culo, una y otra vez. Como ya no aguantaba más, le dije que se pusiera boca arriba y que sus piernas vayan a mis hombros. Volví a metérsela, empujé y empujé hasta que mis huevos tocaron su raya. Nos empezamos a mover al unísono y ella a pajearse también. Acabamos casi al mismo tiempo. Fue una experiencia increíble


Juan Palotes
fotosespeciales61@hotmail.com

 

FUI DESFLORADO POR TRAVESTIS MUY POTENTES


     Cuando tenía 27 años y era soltero gustaba mucho de ir por las noches a shows, a los centros nocturnos, especialmente cuando se trataba de mujeres hermosas. Cierto día fui a un show de travestís y quedé fascinado.

     Aquellos hombres vestidos de mujer se arreglaban más que cualquiera de las mujeres que conocía; su vestuario, su maquillaje, hasta sus movimientos, eran más femeninos que los de cualquier mujer.

     Empecé a visitar un centro nocturno exclusivo, donde cada noche había presentaciones de travestís que imitaban a conocidas artistas y cantantes. Iba solo, y me sentaba en una de las primeras mesas, disfrutando a mis anchas el espectáculo. Nada más de ver esos cuerpos esbeltos enfundados en medias, con vestidos, seductoramente maquillados, y con ademanes tan femeninos... me moría de excitación.

     Me imaginaba acariciando esas piernas con medias, besando esas espaldas con vestidos escotados, sintiendo esas delicadas manos acariciando mi cuerpo, probando el sabor del lápiz labial en esos pintados labios.

     Como cada noche iba al show, era ya conocido ahí, incluso en ocasiones los travestís me lanzaban besos al aire desde el escenario cuando interpretaban a alguna cantante coqueta. Desde luego, yo me ruborizaba.

     Al terminar el show, cuando regresaba a mi casa, excitado y con el miembro a punto de reventar, me acostaba y evocaba las imágenes presenciadas, fantaseaba y me masturbaba una, dos y hasta tres veces, sumamente excitado con esos cuerpos masculinos tan femeninamente arreglados.

     Mi calentura era tal que un día decidí captar fotos y pedí permiso para tomarles fotos en el escenario. Desde mi mesa les tomé fotos a cada personaje, fotos que sabía me ayudarían a masturbarme diariamente.

     Cuando terminó el show me dijo un mesero que habían dicho "las muchachas" que fuera a los cuartos que usaban como camarines, pues posarían en conjunto para mi cámara.

     Gustoso pregunté por dónde me iba y me indicó el camino, sonriendo pícaramente al señalar el pasillo y las escaleras. Llegué a la habitación y estaba entreabierta la puerta, y toqué tímidamente.

     De inmediato salió un travesti. Era una hermosa chica alta, con largo cabello negro, unos ojos hermosos y un vestido de noche. “Pásate y siéntate, enseguida te atendemos”, me dijo con voz ronca, pero acariciante.

     Nos sentamos en unos silloncitos frente a frente y empezamos a hablar, me preguntó mi nombre, mi edad, a qué me dedicaba y creo que notaba mi timidez, porque sonreía maliciosamente. Dijo llamarse Elizabeth. Tenía la pierna cruzada y dejaba ver parte de sus muslos porque llevaba un vestido corto. Yo no dejaba de mirar sus piernas, lo que me tenía en un alto grado de excitación, como si el miembro quisiera salirse por cuenta propia de mi pantalón.

     De repente se oyó un taconeo fuera de la habitación y dijo “bueno, te dejo
un momento, voy a darme un retoque al maquillaje”
y se puso de pie para irse inmediatamente. Enseguida entró a la habitación otro travesti y me quedé sin respiración. Llevaba un camisón transparente y debajo un pequeño “brassiere” y una tanguita, un portaligas y medias blancas. Llevaba unas zapatillas altas de tacón, blancas, y lucían sus labios rojos y pintados una sonrisa seductora.

     “Soy Karina”, me dijo con una voz tan ronca y sensual que me llegó hasta los testículos haciendo que mi pene saltara de excitación. Me tendió la mano y poniéndome de pie se la tomé y sin pensarlo, la acerqué a mis labios y le besé con devoción la mano, que lucía uñas largas y rojas. “Yo soy Antonio”, le dije. Me invitó un trago y del servibar sacó una bebida que empecé a tomar.

      Comencé a relajarme un poco y a conversar, le dije que era soltero, que admiraba su show porque se convertían en verdaderas mujeres y podrían seducir a cualquier hombre, que le había tomado muchas fotos. Puso música en un pequeño grabador que tenía en la mesita, apagó casi todas las luces y me invitó a bailar. Titubee un poco y tomó mis manos, me estiró y me puse de pie dejando mi cámara en el sillón.

     De inmediato me abrazó y sentí sus pequeños pechos, aspiré su perfume de mujer y sentí su calor. Tomé su cintura y quise sentirla más cerca, quería que sintiera mi pene a punto de reventar. Bailamos varias melodías y la cercanía, la excitación y el momento hizo que nuestros labios se unieran. Probé el sabor de su lápiz labial, su lengua. Sus manos me acariciaban el cuello, la cara y el pecho, mientras yo acariciaba su espalda y su cintura.

     Nos acariciamos a través de la ropa y después de un rato sentí sus manos quitándome el cinturón y la camisa, abriendo mi pantalón. Terminé de quitarme el pantalón y los zapatos mientras Karina se acostaba en la cama. Ya ni de las fotos me acordaba. Me arrodillé al pie de la cama y acaricié sus piernas. Le descalcé y besé sus pies. Mis labios recorrieron sus piernas, sus rodillas, sus pies. Me subí a la cama y, acostado, seguí besando sus piernas, mientras sentía sus manos quitándome la ropa interior. Sus dedos acariciaban mi miembro, mis testículos, mis nalgas.

     Yo estaba en la gloria. Mis manos y mi lengua llegaban al borde de las medias recorriéndolo todo una y otra vez. Mis labios se fueron a sus pies y a través de las finas medias empecé a chupar sus deditos. Sus gemidos me enloquecían. Creo que descubrí un punto de excitación en su cuerpo, porque se abrazó a mí y pegó su entrepierna a mi abdomen cuando estaba chupando sus dedos.

     “Espera, por favor, espera...” me decía con su voz enronquecida. Se separó de mí y me hizo acostar. Tenía mi pene rígido y apuntando hacia arriba. Se quitó rápidamente la tanga y se colocó sobre mí; tomándome el miembro con su mano derecha lo guió a su trasero, clavándoselo despacio, muy despacio.

     Yo sentía que me quemaba y me apretaba mucho. Aunque se veía que tenía experiencia, tenía apretado y delicioso su trasero. Me estaba cabalgando despacio. Mis manos se iban a sus pequeños pechitos que descubrí quitándole con suavidad el camisón y su “brassiere”. Sus piernas estaban pegadas en mis costados y sus manos acariciaban mi pecho.

     No pude resistir mucho, tomé con fuerza su cintura y empecé a subirla y bajarla sobre mi pene, cogiéndomela desesperado y aumentando la velocidad. “Ahh” grité cuando acabé en su interior. Mi orgasmo fue intenso y mi excitación contenida me hizo eyacular gran cantidad de esperma en su trasero.

     Mientras mi pene se ablandaba se recostó sobre mi pecho y me besó el cuello. Yo estaba agotado. “Que envidia”, dijo una voz a mi espalda y me di vuelta, encontrándome con Elizabeth, que vestía una lencería negra.

     Karina se bajó de mi cuerpo y, a un costado, empezó a acariciarme nuevamente. Sentí las manos de Elizabeth del otro lado. Qué delicia, cuatro manos acariciando todo mi cuerpo. Karina acercó nuevamente mi cabeza a sus piernas y seguí besándole las medias. Sentí en mi espalda unas manos que me acariciaban suavemente, era Elizabeth.

     Besaba y chupaba las medias, que estaban mojadas de nuestro sudor. Poco a poco me acomodé en medio de las piernas de Karina, que estaba gimiendo de excitación, y subió sus pies a mis hombros. Ya besaba sus muslos arriba de las medias y pude observar un miembro grande y gordo, erecto y hasta húmedo.

     Quedé sorprendido, hasta ese día solamente había observado mi miembro. Bajo su duro pene estaban sus testículos, muy grandes y arrugados y casi cubriendo su ano, que estaba rojo y escurriendo en mi leche. Acerqué un poco mi cara para observarlo de cerca. De inmediato me llegó su olor, lo tenía a escasos centímetros de la cara. Con mi mano derecha lo tomé y sentí un escalofrío, estaba durísimo y babeante. Sabía que me estaba llenando los dedos de su esperma. Lo recorrí despacio, hacia arriba y hacia abajo, unas cuantas veces y empezó a retorcerse gimiendo. Las manos de Elizabeth me acariciaban la nuca. En ese momento pensé en que no me conocían bien y que nadie me miraba; entonces le deposité un beso en la cabeza y sentí el agridulce saborcito de sus mieles. Luego otro, y otro, hasta que me decidí y empecé a chuparle la cabeza.

     Nunca imaginé que me fuera a gustar ese sabor, pero me agradó. Recordé como veía las felaciones en las películas porno y empecé a recorrer con mi lengua y labios todo su tronco hasta la base, luego recorría sus testículos y regresaba a su cabecita. Después intenté comerlo, pero no me cabía todo. Tenía en la boca media pene cuando las manos de Elizabeth me empujaron para que comiera más. Me dieron arcadas y traté de retirarme, pero su mano firme lo impidió. Al mismo tiempo las piernas de Karina, arriba de mis hombros, apretaban. Sus manos también me tomaron de la cabeza. “Mmm” gemía ya fuera de sí. Empezó a saltar en la cama metiéndome y sacándome su pene de la boca. Con una mano se la agarré de la base para impedir que me entrara toda y empecé a disfrutar. Sentía su fuerza y la dureza de su pene.

     De repente sentí que Elizabeth se montó en mi espalda y sus manos me tomaron de la cabeza con más fuerza. Karina aceleró sus movimientos y en cada salto me metía su pene casi hasta la garganta. Elizabeth puso sus dedos en mi trasero y me asusté, de inmediato retiré mis manos y traté de proteger mi trasero, pero quedé en una posición desventajosa y aprovechó para atarme con algún trapo las manos en la espalda, en tanto que Karina disminuía sus movimientos.

     Cuando estaba atado Elizabeth retomó su lugar y me empujó hacia delante para que su pene entrara más y más. Karina nuevamente aceleró sus movimientos, pero esta vez sus gemidos fueron más fuertes. Sus movimientos me clavaban en la boca el pene hasta adentro y empecé a tener miedo de ahogarme. “Ahhh, ahhh”, gritó de repente y sentí un chorro de leche en mi garganta. Sentí ganas de vomitar y traté de huir, pero las manos de Elizabeth ahí estaban para detenerme con fuerza.

     “Ahhh” me entró otro chorro, y otro más. Ahora sí sentía que me iba a ahogar. Era mucho el semen que estaba tragando. Quise separarme y no pude. Parece que mis intentos de huir le excitaban más porque saltaba con mas bríos y me daba más leche. Traté de no pensar y esperar a que terminara. Me pareció demasiado largo su orgasmo, pero por fin terminó.

     Inmediatamente retiró de mi boca su miembro y fue entonces cuando sentí el sabor. Ya no había remedio, había tragado el esperma de ese travesti. Tuve hasta remordimientos en ese momento, tal vez por mis prejuicios morales y sociales, pero ya no había marcha atrás. Quedé acostado, con un poco de semen escurriendo por mis labios y con los
brazos atados a la espalda.

     Melosamente, Karina se acurrucó conmigo y me daba besos en el cuello y el pecho mientras acariciaba mi espalda. Me sentía mal porque me habían obligado a tragar el semen, pero estaba confundido porque no me había desagradado del todo; es más, sentí mi pene totalmente erecto otra vez.

     Elizabeth y Karina me lo limpiaron y me lo acariciaban. Sus manos recorrían todo mi cuerpo una y otra vez deliciosamente. Sus mimos y caricias terminaron por acabar con cualquier huella de enojo y nuevamente empecé a disfrutar de mis dos travestís. Ya tenía una enorme erección. Las uñas largas acariciando mis testículos me volvían loco. Elizabeth se puso en cuatro y Karina me ayudó a incorporarme; con una mano tomó mi erecto pene y lo dirigió al trasero de Elizabeth. Despacio la penetré, gozando de su trasero, que también estaba apretadito. Karina me puso las manos en mis velludas nalgas y las apretaba como si quisiera abarcarlas con sus manos totalmente. Estaba tan excitado que le bombee un poco más rápido que a Karina.

     Inesperadamente, Karina me sacudió para que saliera mi pene del cuerpo de Elizabeth, quien de inmediato se acostó hacia arriba y me abrazó. Fui empujado a sus brazos. Nuestros penes se encontraron. Estaban resbalosos. La sensación era única, nuestros miembros parecían besarse. Me arrodillé y empecé a moverme como si estuviera cogiendo a una mujer, tallando y resbalando nuestros miembros. Subió sus piernas a mi cintura y me rodeó con fuerza mientras que sus manos se iban a mis muslos y me los sujetaba para que no pudiera deshacerme de su abrazo. Las manos de Karina acariciaban mi espalda, mis muslos, mis nalgas, mis testículos. Por debajo tomó mi pene y lo bombeó varias veces haciéndome gemir. Me soltó y enseguida sentí un chorro de líquido tibio como aceite en mi trasero. Instintivamente apreté el esfínter y sentí una nalgada muy fuerte, tan fuerte que me hizo gritar y saltar, aunque no podía escapar de las piernas de Elizabeth.

     Todo fue muy rápido. Me dio tres nalgadas más y de repente lo sentí. Me había colocado la punta de su miembro en la entrada del ano. “Nooo, nooo, por favor”, dije. Pero era tarde, estaba indefenso. Hasta ese momento entendí el por qué me habían atado las manos y por qué Elizabeth me sujetaba fuertemente con sus piernas.

     Quise saltar y escapar, pero nada pude hacer. La cabeza me entró con fuerza, potente, robándose mi virginidad. “Por favor, por favor”, alcancé a susurrar. “Prepárate que te la voy a dejar ir toda mi macho”, me dijo con voz excitada. “Nooo, nooo, nooo, ahhh, aaahhh”. Había sucedido. Afianzando con fuerza sus manos en mi cadera, de un movimiento me la clavó casi toda. “Aaahhh”, grité con fuerza como nunca lo había hecho. Elizabeth me seguía sujetando en esa vulnerable posición. Para callar mis gritos me metió a la boca una tanga y me la ató por detrás. “Nnn, nnn”, ya no podía gritar. Elizabeth me abrazó con fuerza y pegó su boca a mi oído: “disfruta mi rey, cometela toda, te va a gustar, relájate, disfrútala, porque sigo yo”. En vano trataba de forcejear; Karina empezó a moverse, entrando y saliendo de mi antes virgen trasero. Me dolía muchísimo, sentía que me llegaba hasta el pecho y me abría el estómago.

     Me estaba cogiendo con fuerza. “Estás apretadito, de veras que eras virgen, pero conmigo perdiste”, me dijo al acelerar sus movimientos. “Aaahhh”, gritó cuando me la clavó hasta adentro con mucha fuerza. Me hizo daño, por el dolor lloré. Sentía ahogarme, que me faltaba el aire. Entonces el duro miembro de Karina, clavado hasta el fondo de mi trasero, empezó a desparramar su leche. Me estaba llenando de esperma. Quería gritar y no
podía. Sentía su enorme pene palpitando mientras eyaculaba en mi adolorido trasero. Sus uñas se clavaban en mi cintura. La tortura duró unos segundos más. Cuando terminó sacó de repente su miembro de mi cuerpo, todavía en erección. Lo sacó rápido, y también me lastimó.

     Me dejaron adolorido, cansado y agotado. Las lágrimas me habían salido por el dolor. Las piernas me dolían, el trasero me dolía más aún; me sentía destrozado por dentro, como si me hubieran partido en dos.Por un rato me dejaron descansar y creo que me quedé dormido por unos minutos. Cuando desperté estaba ya desatado y encima de mí estaba Elizabeth besándome, abrazándome, acariciándome.

     Mi primera reacción fue responder a los besos, y lo hice. Acaricié su cuerpo. No me podía mover mucho porque me dolía la espalda y el trasero. Elizabeth se subió, acostada, entre mis piernas y nuevamente nuestros penes se besaron. Fue cuando me di cuenta que Karina nos acariciaba a los dos y embadurnaba nuestros cuerpos con una crema que olía delicioso. Me excitaron nuevamente. “Pobrecito, ya no eras virgen”, me decía melosamente al oído mientras sentía una mano bombeando mi pene. Rápidamente me acerqué al orgasmo, pero de repente sentí algo duro entrándome en el ano. Sólo gemí. El pene de Elizabeth resbaló y se me fue hasta adentro provocándome un poco de dolor. “Nnnooo”, dije. Ya me tenía ensartado. “¿Ves? Ya te está gustando, tu culo se acostumbró rápido a recibir verga”, me dijo al oído. “No, lo que pasa es que estás muy poco dotada”, le dije. Sonriendo, empezó a bombearme despacio, como si considerara el dolor que había sufrido.

     Extrañamente el dolor había disminuido y apenas el roce de su tronco en mis músculos me hacía sentir un poco de dolor. Me estaba cogiendo hincada. Con suavidad tomó mis piernas y las subió a sus hombros, ayudada por Karina. “Poco dotada ¿¡ehh!? A ver que te parece esto” y al decírmelo empezó a bombear mi trasero con mucha rapidez y fuerza, como lo hacen los perros. “Espera, esperaaa, ahora nooo”. Entraba y salía rápidamente, además de que por esa posición me entraba hasta adentro, me la clavaba hasta el fondo con mucha fuerza.

     Mientras esto sucedía Karina se subió sobre mi pecho, pegando su pene en mi cuerpo y en mi cara. “Te voy a dejar bien culeado, a ver si vuelves a decirme lo mismo”, dijo. “Nooo, despacio por favor”, le respondí. Me tuvo así por mucho tiempo. Ya ni sentía las piernas. Por fin terminó. Igual que Karina, me la clavó hasta el fondo y empezó a eyacular. Aunque no la sentí tan adentro como la de Karina, sentí que me quemaba, que su leche era lava hirviendo que me quemaba el interior. Apenas vi un chorro blanco que me cayó en los ojos. Karina estaba eyaculando en mi cara. La leche me caía en la nariz, las mejillas, los ojos, y como quise evitarlo y me moví de un lado a otro, grandes cantidades de esperma fueron a dar a mi cabello y hasta sentí un chorro en un oído. Olía todo a semen y no podía abrir el ojo derecho porque también tenía semen. Quise bajar mis piernas, pero Elizabeth no me dejó. “Todavía no terminamos, ahora sí lo vas a disfrutar, vas a gozar de una buena yegua”, me dijo. No había perdido su erección y empezó a bombearme otra vez.

     Ahora sí me dolía muchísimo, pero sus movimientos eran lentos. Hubo un momento en que sentí que se perdía la erección, pero cuando vio que Karina me retiraba de los ojos el esperma y lo pasaba por mi pecho y mi cuello, empezó a recuperar la erección. Estaba agotadísimo, pero el dolor se iba convirtiendo en placer. A cada embestida sentía un calorcito, una sensación de gozo. Llevé mis manos a su cintura y me afiancé. Ahora yo jalaba su trasero con mis manos para que se siguiera clavando en mi ano. Empecé a gemir en señal de gozo, realmente estaba disfrutando de la cogida que me daba el travesti. Después de unos minutos cambiamos de posición. Nos acostamos y me ensartó por atrás, estando de costado. Ya no sentía ningún dolor, sino puro placer. Karina se acostó frente a mí, pero en posición inversa, colocando frente mi cara su blando miembro. Su boca me quemaba cuando chupaba mi pene. Estábamos en un 69, yo me metía todo su pene en la boca y lo chupaba, jugaba con ese miembro dentro de mi boca, llenándolo de saliva.
Así estuvimos por un rato, Elizabeth bombeándome el trasero, Karina chupando y erectándome el pene, y yo ensartado por Elizabeth y chupándole a Karina su miembro.

     Cuando todos íbamos a terminar, me dejaron acostado y se hincaron frente a mí acariciándose el miembro y eyaculando en mi cuerpo. El semen ya no era tanto, pero me caía a gotones en el pecho, en las piernas, en el abdomen y en el miembro. Al sentir la leche sobre mi pene se disparó mi orgasmo y tomándome el pene para bombearlo, eyaculé con chorros que fueron a dar a las medias de Elizabeth.

     Quedamos agotados y acostados, abrazándonos los tres. A los pocos minutos me quedé dormido. Desperté cuando sentí movimientos a mi lado. Karina me abrazaba y Elizabeth, a mi lado, se besaba con un hombre delgado y muy velludo, que había visto en el show como uno de los presentadores. Cuando vieron que desperté se detuvieron y de inmediato Elizabeth me abrazó y empezó a acariciarme y besarme. Por un rato me besaron y acariciaron. Luego me dejaron acostado y subiéndome una pierna en el abdomen me agarraron fuertemente de los brazos. El sujeto velludo se me subió y abriéndome con rudeza las piernas me ensartó sin preámbulo. Me la clavó de un solo movimiento. Me dolió, pero aguanté como todo un macho. Me mordí el labio inferior para no quejarme cuando empezó a bombearme. El sujeto estaba hincado y se inclinó sobre mí. Sentía sus vellos en mis nalgas, en mis muslos y su pene en mi interior.

     El dolor desapareció y empecé a gozar. Le di un apretón cerrando mi
esfínter. “Ahhh”, gritó, sorprendido por mi apretón. Me excité al ver su expresión y me sentí dominante. Le di más apretones y ahora era él quien se quejaba de placer. Karina y Elizabeth dejaron de acariciarme y me observaban sorprendidas dándole apretones a la pija que me poseía. Más apretones. Entonces mis manos se fueron a sus nalgas y la sensación de
los vellos en mis dedos hizo saltar a mi pene, que ya estaba erecto. Recorrí con mis manos parte de su espalda y acaricié su pecho. Parecía una alfombra sexual. Subí mis piernas y rodee su cintura y baja espalda. ¡Qué sensación de sus vellos en mi cuerpo! Me abracé a él y acaricié su velluda espalda mientras seguía haciéndole gemir con mis apretones. En un apretón sentí que ya no podía apretarle igual porque estaba creciendo. Pegué mi cara a su pecho y aspiré el fuerte aroma de macho, abrí la boca chupando sus vellos. Mis manos se tensaron en su espalda y lo sentí. Su delicioso miembro empezó a depositar esperma dentro de mí al tiempo que mi leche salía disparada bañando su alfombra de vellos a la altura del abdomen.

     “Aaahhh”, gritó con fuerza cuando lo apreté otra vez, exprimiendo toda su leche. Como pude metí una mano entre nuestros cuerpos para tomar sus huevos y sentirlos entre mis dedos, sopesándolos, apretándolos suavemente para que me dieran más leche. Finalmente quedamos abrazados. Karina empezó a limpiarme con una toalla húmeda y Elizabeth me besaba. El velludo, que me dijeron se llamaba Roberto, se quedó dormido a mi lado.

     “Saliste más puta que nosotras, hasta hiciste gritar a Roberto”, me dijo Elizabeth mientras me ayudaba a vestirme. Como pude me arreglé y tomé mi cámara. Las dos "chicas" me besaron efusivamente. Me dijeron que me esperarían en la noche en el show y me comprometí a ser puntual.

     Cuando salía de la habitación y caminaba por los pasillos pensaba en todo. A cada paso me dolía el trasero y me hacía recordar que ya no era virgen y que me había comportado como una hembra. Me decía que tenían razón las mujeres que dicen que ni los hombres se resisten a la pija de un buen macho. Siempre había tenido la fantasía secreta de cogerme a un travesti y ahora hasta me habían desvirgado a mi. Iba pensando en todo esto cuando salí de las escaleras y me topé con el mesero, quien me dijo: “¿quiere un taxi? Lo dejaron para mal”. “No, estoy bien, gracias”, le respondí.

     Salí caminando sin que me perdiera de vista, tal vez interiormente se reía al verme caminando así. Sin duda que se imaginaba que sentía dolor y que estaba bien abierto por la cogida que dos travestís y aquel hombre velludo me habían dado durante varias horas. Así terminó mi aventura, a la que siguieron otras más, pues desde esa noche mi debilidad ya no fueron sólo los cuerpos masculinos con medias y portaligas, sino las pijas duras y jugosas, deseosas de darme una cogida.

     Espero que mi relato les haya gustado y que me escriban quienes quieran conmigo compartir este tipo de experiencias.

Antonio R.
Anttonio_70@hotmail.com

 

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